Por
Lic. Fernán Camilo
Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN
ACCIÓN
http://publicacionaccion.blogspot.com
San Salvador, 8 de agosto de 2015.
La moralidad es la
cualidad que hace buena una acción y se manifiesta con el rechazo o aceptación
de determinados hechos; provoca esta reflexión el observar que cada vez más se
está aceptando el hecho oprobioso de negociar con las pandillas y es esta idea,
tanto más alarmante porque viene de quienes tienen como profesión velar por la
moralidad social: las iglesias; y, el hecho de aceptar que la Iglesia Luterana
sea la abanderada de tal negociación, implica para el Estado, la pérdida de la
institucionalidad pues es a éste, por medio del sector justicia que le compete
combatir a las maras y si se aprueba que otros negocien, está aceptando que es
incapaz de cumplir su cometido: combatir el crimen sin admitir negociación
alguna.
La importancia de esta
intervención está en los fines terrenales y extraterrenales de las Iglesias,
quienes han tomado como punto central de sus pretensiones, las negociaciones
con las pandillas: Es terrenal saber qué iglesia controlará la fuerza de las
pandillas ¿será la católica o serán las protestantes? La influencia de las
pandillas en la población sólo abarca el problema estrictamente terrenal de uso
del poder, sin embargo, la justificación del mismo está siendo trasladado al
plano extraterrenal: el luterano Medardo Gómez ha dicho, “es obediencia a Dios”,
lo cual eleva la discusión a un nivel estrictamente extra terrenal, pues la
justificación religiosa vuelve moralmente correcta cualquier acción.
La Iglesia Católica
lucha por la preservación de su feligresía en Latinoamérica, así como las otras
iglesias buscan extender su influencia; sin embargo, siguen en Latinoamérica la
misma tendencia: el populismo. Monseñor Romero es Beatificado por los
Católicos, venerado por los protestantes y santificado por los políticos, todo
por su visión terrenal de la sociedad, pero que representa, en este momento, la
lucha terrenal entre las diferentes corrientes religiosas.
Pero el Estado se ha
apartado, esperando hacerse del lado del ganador, para que sus acciones sean justificadas por
el poder moral, ya que ha perdido la capacidad de ser un actor primario en la
vida política. Y son los mismos políticos, quienes han buscado a las iglesias
con el objeto de captar el voto de su feligresía, aún antes de obtener el poder
formal; sin embargo, han despertado un poder mayor aún que el de las pandillas:
el poder moral de las iglesias.
Lo que está aún deteniendo
la negociación con las pandillas, es la moralidad colectiva de los católicos, lo cual divide el criterio de las autoridades
eclesiásticas: apoyar o no, la negociación. Sin embargo, ésta resistencia no es
organizada, sino consecuencia de común
conciencia social, que rechaza considerar como moralmente aceptable, el
homicidio, la extorsión y la perversión, sin otro fin que el de la satisfacción
de las necesidades materiales.
Las manifestaciones de
las iglesias protestantes, realizadas en las calles para pedir una pronta
negociación, van destinadas a probar que es mayoritaria su conciencia colectiva
y por lo tanto, es decisiva para la toma de una resolución, principalmente
frente a una silenciosa mayoría católica.
¿Tendremos que aceptar
la inmoralidad de las pandillas y sufrir sus consecuencias? Tal es la pregunta que
nos debemos hacer ahora frente a la gestionada negociación con las pandillas.
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