Por
Lic. Fernán Camilo Álvarez Consuegra
La justicia es el fin último de toda la actividad del
Estado y los abogados, los obligados a
velar por su cumplimiento; pero si se busca, creando en esa actividad, una forma de negocio, la noble
gestión se desnaturaliza y vuelve injusta. La historia de El Salvador nos
permite reflexionar sobre esta delicada cuestión. La obra más completa e
imparcial sobre nuestro pasado conflicto armado es “EL SALVADOR: ARCHIVOS
PERDIDOS DEL CONFLICTO” que, en sus tres volúmenes titulados, “Nadie es
completamente bueno, ni completamente malo”, “Si vas a juzgar, hay silla para
todos” y “¿Valió la Pena?, ese pasado, vuélvese presente en el Derecho, por la inconstitucionalidad
de la Ley de Amnistía, pese a la resolución en contrario, del año 2000, así el conflicto aún no se ha cerrado y, comprobamos
que la justicia se vuelto corrupción: sólo beneficia a algunos profesionales del
Derecho, que actúan, como parte de una transnacional que pretende sólo lucrarse del pasado.
No me refiero a las transnacionales que quitan o ponen
gobiernos o, que promueven conspiraciones mundiales, para defender grandes
intereses corporativos y las economías de las potencias, sino a quienes, cual
carroñeros, se lucran de las consecuencias de esas luchas, promoviendo
“justicia” para las víctimas, previo enjuiciamiento, a quienes han cumplido con
sus obligaciones constitucionales, para hacer que los Estados paguen cuantiosas
sumas de dinero, el cual nunca llega a las víctimas: es repartido en ese impresionante aparataje
transnacional. Una verdadera industria que explota y revive el dolor de un país,
para tener lucro personal: no hay
diferencia entre esta, y una gran corporación que compra gobiernos para su
lucro personal: Caso Odebrecht, que ha salpicado
a toda Latinoamérica (hasta al Gobierno de Funes).
El Centro de Justicia y Responsabilidad (The Center
for Justice & Accountability, CJA por sus siglas en ingles), una escisión
de Amnistía Internacional y que con el patrocinio inicial, del Fondo Voluntario
para Víctimas de Tortura de las Naciones Unidas, inicia una corporación que
litiga en Bosnia, Chile, China, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras,
Indonesia, Somalia y otros países africanos, Asia, Europa del Este y el Oriente
Medio.
Su negocio consiste en crear condiciones para dar continuidad a los
conflictos, y cobrar a los Estados jugosas indemnizaciones, alegando que hubo
violaciones a los Derechos Humanos, por lo cual deben de indemnizar a las
víctimas, que sólo reciben en definitiva, compensación insignificante, en
comparación con lo que queda a esta
transnacional y sus filiales locales.
En El Salvador, esa filial es el Instituto de Derechos
Humanos de la UCA (IDHUCA) por medio del cual, querella indirectamente el The
Center for Justice & Accountability (Almudena Bernabéu, una de las
administradoras de la Transnacional afirma, que su entidad litiga en El
Salvador). Por muchos años, Benjamín Cuellar ha sido miembro de dicha organización
y, David Morales ha representado al Estado de El Salvador hasta su condena y,
hoy, está litigando contra las acciones del mismo, en un doble papel, que sólo
beneficia a sus intereses.
Este hecho y situación ha sido denunciado también en Argentina, por
medio del libro “EL NEGOCIO DE LOS DERECHOS HUMANOS, humildes estafados, progres
engañados, trampas y corrupción: los verdaderos sueños compartidos entre el
gobierno y las organizaciones de DDHH”. El Salvador es un calco de Argentina.
Que el salvadoreño trabajador, no pague las cuentas de
estos abogados voraces, ni se use la sangre y esfuerzo de un pasado conflicto,
para nutrirles en el presente y en el futuro. Detener esta nueva forma de
corrupción en El Salvador, es absolutamente necesario.
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