Por
Lic. Fernán Camilo Álvarez Consuegra
La riqueza y la pobreza son términos relativos, relacionados
con la riqueza nacional y con la actitud individual, según fuese la libertad
imperante en un medio dado; así, un pobre en un país rico, será menos pobre,
que un pobre, en un país pobre.
Dicho fenómeno sólo puede explicarse, gracias a los
principios de libertad y de cohesión social, derivados de los principios
tradicionales de una nación. La revolución industrial, creadora de las bases de
la sociedad moderna, sólo fue posible, por los principios de libertad que se
propagaban en Europa, en el siglo XVIII. Cualquier descubrimiento de tecnología
o recursos, si no hubiese tenido la posibilidad de ser explotado por un
particular, habría pasado inadvertido. Se prueba que la libertad que crea y
decide, da origen a la riqueza: el hombre crea la riqueza; ésta, no es cosa que
está allí y pueda repartirse, pues, aunque esté en la naturaleza, su extracción
y transformación, requieren el esfuerzo humano; esfuerzo que lo hace dueño de
la riqueza creada.
Para que la libertad prospere, debe haber de ella,
conciencia colectiva y orden social. Los principios que sostendrán su
estabilidad, son la religión y el orden social, entendiendo a este, como el
pleno respeto a la ley.
Desde nuestra independencia, el país ha sufrido
transformación económica, política y cultural, efectuando nuestra transición hacia
el mundo moderno, iniciando desde la Presidencia del Capitán General Gerardo
Barrios y finalizando con el Presidente Maximiliano Hernández Martínez. En ese
período, se crearon todas las instituciones modernas y se sentaron las bases
para un Estado próspero. En 1950, se establecen los principios de la
responsabilidad social y la subsidiariedad del Estado, que cubre las
deficiencias sociales de la libertad clásica, pero se protege la libertad
individual que crea la riqueza.
Cuando entramos a los 60´s y 70´s, la desestabilización
social impide el crecimiento económico y se alteran los principios sociales
básicos: familia y religión, que, a la larga, han dado la inestabilidad social
y surgen las condiciones para el conflicto destructor, de más de 10 años, que
mató el agro, la banca y frenó el desarrollo industrial.
Nuestra pobreza no es por falta de petróleo, oro o
plata, sino porque no existe libertad y ésta se corta cada día más, con leyes
absurdas y populistas, que pretenden mejorar nuestra vida, pero que, en
realidad, la constriñen. Afirmar que somos pobres porque hay ricos, es absurdo
y simplista, tanto como la presunción del Estado, que la pobreza es una
enfermedad genética o cultural.
La informalidad – comercio callejero - es producto de
la necesidad diaria de sobrevivencia ante lo difícil que es la formalidad,
impuesta por el Estado. El Estado ve en la informalidad, un robo a su
patrimonio (impuestos) pero en vez de formalizar la actividad, originada en la
concreción de la libertad, busca controlar la evasión en el gran contribuyente
y gravar la “suntuosidad”, cuyo monto será determinado por el mismo Estado.
La Mara sólo es el producto generacional, del abandono
de los principios educativos de respeto, moral y civismo, inculcados por los
programas de inspiración francesa y alemana. Es una generación que debe ser
corregida socialmente, no comprendida o apapachada. Si el Gobierno no permite
la libertad económica junto, a la libertad política, la pobreza que hoy
padecemos, será mucho mayor en el futuro. Podríamos ser una nación próspera,
basando esa riqueza en el trabajo honrado. Sólo así, los miles de salvadoreños
no saldrían en busca de las condiciones que se les niegan en el país. La
corrupción y la incompetencia del Estado para ejercer la subsidiariedad, tiene
su origen en la falta de libertad económica y estabilidad social.
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