Por
Lic. Fernán Camilo
Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN
ACCIÓN
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San Salvador, 17 de
marzo 2016.
Durante la Guerra Fría y
por más de cuarenta años, Latinoamérica sufrió duro desangramiento por los intereses
de los países poderosos y el cual continua hoy, en sus escasos recursos que son sorbidos, sin
escrúpulo alguno, por quienes se benefician de sus conflictos pasados y
procuran que éstos persistan, ya no en las montañas, valles y ciudades, sino en
los Tribunales Internacionales a los que, por política interna, favorecen los
Gobiernos que endeudan gustosos al
país, para lucro de los extranjeros,
privando al nacional, hasta de las medicinas y la asistencia social. Débese comprender
que no sólo con la muerte se sangra a un país, sino también, con la expoliación
de sus recursos; y siendo este proceder mucho más grave, sino se hace con
recursos propios, sino con préstamos, que deberán pagarse a elevados interés y
por las generaciones venideras.
Dicha expoliación se ha
dado en Argentina, Chile, Ecuador, Perú y hoy, en Guatemala y El Salvador. Los
beneficiados son el mismo grupo de querellantes que, afirmando luchar por la
memoria histórica y por los derechos de los más humildes, logran su propio
beneficio, sin importarles a quienes expolian. El Centro de Justicia y
Responsabilidad (CJA), con sede en San Francisco, Estados Unidos, tiene una actividad
repetitiva en estas demandas y una participación activa, en la elaboración de
los informes de las distintas Comisiones de la Verdad, que han sido creadas en Latinoamérica,
para utilizar dichos informes, como base de sus querellas. Su participación no es
directa en muchos casos: litigan por medio de organizaciones locales a saber, la
Asociación Pro Derechos Humanos española,
con sede en Madrid y el IDHUCA, con sede
en San Salvador, estas para el Caso Jesuitas.
Situación similar encontramos en Guatemala en las querellas contra militares y
contra el Gobierno de Guatemala.
Podría citar muchísimos
otros casos, pero hoy me refiero exclusivamente, a la condena contra el Estado
de El Salvador por la CIDH, con sede en San José, Costa Rica, por el caso del Mozote, en diciembre del 2012.
Por falta de pruebas, el proceso no
avanzó durante once años; pero por órdenes expresas del Presidente Mauricio
Funes, el Estado de El Salvador, aceptó todos los cargos, declarándose culpable
y, aunque no hay una lista oficial de víctimas, se reconocen 440 cuyos familiares son acreedores a una indemnización.
Existe además, un anexo presentado por la oficina de Tutela Legal del Arzobispado, con
un total de 1061 víctimas, cuya existencia tampoco fue objeto de escrutinio o cuestionamiento. En total, se calculó que el Estado de El Salvador, deberá
cancelar a las víctimas, indemnizaciones que suman en total 17.7 millones de
dólares. Que pueden aumentar en un futuro, si hay más personas que se atribuyan
dicha calidad. En este caso, el Centro de Justicia y Responsabilidad (CJA) y el
IDHUCA fueron los querellantes que percibirán por ello, parte de dichas
indemnizaciones.
En la primera Sesión
Plenaria de la Asamblea Legislativa, correspondiente al mes de marzo, se aprobó
un préstamo de once millones de dólares, destinando dos millones para el FISDL
y otros dos millones para la Cancillería. El dinero destinado al FISDL, es para
pagar compensaciones del pasado conflicto armado, sin haber especificado un destino concreto
y, el dinero a Cancillería, es para el
cumplimiento de la condena del Mozote.
Existe un hermetismo tanto
en el FISDL como en Cancillería, sobre el destino de estos fondos y mucho menos
está obligado, ni daría información el IDHUCA, de los honorarios cobrados o
compartidos con el CJA.
Luego de la reciente
condena a militares guatemaltecos, el interés se ha centrado en saber cuánto va
a pagar el Gobierno de Guatemala a las víctimas, monto que cubrirá con creces
lo invertido por los querellantes, en dicho proceso. Ahora que se ha dejado de
comprar medicinas para los salvadoreños,
que ya no hay dinero para pagar las pensiones, se privilegia a quienes alteran la paz
interior y se lucran del dolor y la miseria de sus defendidos. Es hoy cuando el
IDHUCA, los querellantes españoles y nuestra Cancillería, deberían de explicar
en qué nivel humano consideran a los salvadoreños: si como hombres y mujeres liberes o como ganado a explotar, volviéndose parte
de una maquinaria transnacional de explotación humana.
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