Por
Lic.
Fernán Camilo Álvarez Consuegra
San
Salvador, 14 de septiembre de 2013.
La
Teología de la Liberación, no es una mera desviación del Catolicismo o, una
aplicación Cristiana, basada en las Sagradas Escrituras: es, por el contrario,
una fuerza política que persigue metas estrictamente terrenales; razón por la
que, debe estudiarse, desde el punto de vista de sus efectos dentro de la
Iglesia Católica y, de su entorno social; de no hacerlo así, se corre el riesgo
de crear un mero debate academicista, Teológico e insustancial, para la vida
política actual.
Poco
después de la Segunda Guerra Mundial, quedó claro que, la estrategia revolucionaria, impulsada
por la Unión Soviética, de destruir a la Iglesia Católica mediante el asesinato
de sacerdotes, la quema de Iglesias y la confiscación de sus bienes, había sido
un fracaso: la Guerra Civil Española (1936-1939) fue en Europa prueba evidente
de ello y, que la excomunión de la Iglesia, decretada por Pío XII era sanción ineficaz
para detener la corriente marxista, dentro de la política cotidiana; y por esta causa, se toma la decisión de
combatirla, desde los fundamentos mismos del marxismo: su adoctrinamiento de las masas obreras, que constituye un
proceso que va, de 1944 a 1959 y que fue proclive a que, la mitad de esta generación de sacerdotes involucrados, en
este debate, se abandonasen los ritos y
desarrollara los principios de una doctrina que se conocería como Teología de
la Liberación; a tal tendencia, a la que puso fin Juan XXIII y puede citarse el Sínodo de 1960, como la
última confrontación con la Unión Soviética y el comunismo, fuera del seno de
la Iglesia Católica, y como siguiente estrategia, hubo un acercamiento por parte de ambos enemigos,
para establecer un nuevo campo de lucha: La Iglesia Católica y la Unión
Soviética, se reunieron y celebraron el Pacto de Metz, que constituyó, uno de los
grandes acuerdos, previos al Concilio Vaticano II.
Este
primer acercamiento de estos dos grandes contendientes, fue en agosto de 1962,
en la ciudad francesa de Metz, en donde el representante del Vaticano, fue el
Cardenal Tisserant, Decano del Sacro Colegio Cardenalicio y el Primado Nicodim,
enviado del Patriarcado de Moscú, dirigido por el Partido Comunista de la Unión
Soviética. Sobre esta reunión nos comenta José Orlandis Rovira en su obra
intitulada “La Iglesia Católica en la
Segunda Mitad del Siglo XX”: “El acuerdo
fue que el concilio se abstendría de cualquier pronunciamiento condenatorio del
comunismo. Una vez concluido el “pacto” Mons. Willebrand, miembro destacado del
Secretariado para la Unidad de los Cristianos, viajo a Moscú para formalizar la
invitación”. Vale destacar que dichos acuerdos, dieron como primeros
frutos, la liberación de Monseñor Slipij
y la posibilidad de que Leonardo Boff y
otros seguidores del marxismo, pudiesen visitar a la Unión Soviética.
El pacto de Metz
fue hecha público el día 22/1/1963, por
el “France Nouvele” , boletín del Partido
Comunista Francés, que escribió: “Puesto
que el sistema socialista mundial manifiesta de forma innegable su superioridad
y recibe su fortaleza de la aprobación de centenares y centenares de millones
de hombres, la Iglesia ya no puede contentarse con un tosco anticomunismo.
Incluso se ha comprometido, con ocasión del diálogo con la Iglesia ortodoxa
rusa, a que no habrá en el Concilio un ataque directo contra el régimen
comunista.”
Las
consecuencias de este pacto, dentro de la Unión Soviética, han sido claros: la
destrucción de la Unión Soviética, desde la conciencia de cada individuo; sin
embargo, aún no son claros sus efectos dentro de la Iglesia Católica, que tiene
aun un debate interno sobre su Teología.
El
Concilio Vaticano II, fue una apertura de la Iglesia Católica hacia el mundo
moderno, pero se expuso al debate
interno sobre la Teología de la Liberación; doctrina que, no sólo trata sobre la mera exposición de la
fe católica, sino también sobre la estructura jerárquica de la Iglesia y de la
participación del católico en las luchas revolucionarias latinoamericanas; lucha
que queda evidenciada con claridad, en las discusiones y documentos de las
distintas Conferencias Episcopales Latinoamericanas. En estos debates, surge el
pensamiento del Cardenal Ratzinger que
rechaza categóricamente, la idea de la “ley” y el “orden” como formas de
opresión de la sociedad. Y dijo: “La fuerza al servicio del derecho se
convierte en poder de opresión, mientras que la violencia contra el
ordenamiento jurídico del Estado se transforma en lucha por la liberación y por
la libertad. “La nueva moral es más bien antimoral; Dios no es una realidad
ante el hombre; y Jesús se ve sustituido por Barrabás, que por
cierto se llamaba también Jesús”.
Las
reflexiones expresadas del Cardenal Ratzinger, nos permiten comprender el
proceso actual, de considerar hoy como ilícitos, los actos en defensa del
Estado, aunque, durante la Guerra Fría y las luchas revolucionarias latinoamericanas,
hayan considerado actos lícitos y, considerar hoy como lícitos, los actos que
en aquella época, fueron considerados delitos. Uno de los objetivos de la Teología
de la Liberación es la transformación de la moral social que ha sumido un
modelo “anárquico-histórico ideológico” que trata de invertir las
relaciones del Antiguo y del Nuevo Testamento: “Jesús viene interpretado a la
luz de Moisés, y Moisés a la luz de Marx”. Estas explicaciones,
permiten comprender la tendencia actual en Latinoamérica de “preservar la historia, creando una nueva
historia”, basada en la lucha de clases y, las contradicciones
latinoamericanas, como consecuencia del devenir marxista, creando una nueva
realidad social, acoplada a estos principios. En cuanto a lo referente a la
estructura de la Iglesia Católica, presenta dos grandes grupos: las Comunidades
de Base, enfrentadas a la Autoridad Eclesiástica, en un paralelismo de la lucha
de clases, dentro de la sociedad.
Colombia,
Brasil, Chile, Nicaragua y El Salvador son los polos latinoamericanos de
la Teología de la Liberación. Lo han
sido también en su praxis, todos los
países latinoamericanos donde ha habido insurgencia. Pero aquí me me referiré
exclusivamente a El Salvador. La
periodista estadounidense Georgie Ann Geyer dice: “El Arzobispo Romero está
empezando claramente a marcar un nuevo camino para los activistas católicos en
América Latina. Este líder católico que más que otro alguno está en el ojo
del huracán, se está apartando de
aquellos para quienes hay poca diferencia entre cristianismo y marxismo”. Los
escritos teológicos de Monseñor Romero se encontraban en los límites de lo
aceptado por la Iglesia Católica, pero su praxis correspondía a la Teología de
la Liberación, lo cual caracterizó su acción como la de un activista político y
no cómo un pastor de la Iglesia Católica.
Monseñor Romero como activista político, quedó sujeto a todas las vicisitudes de la
lucha revolucionaria y, su asesinato, generalmente atribuido a la derecha, presenta
aún hoy muchas dudas. En la obra de Ricardo de la Cierva, intitulado “Oscura Rebelión en la Iglesia”, se
encuentra un pequeño párrafo relativo a la muerte de Monseñor Romero, en el que
se dice que hubo sacerdotes que le avisaron sobre su futuro asesinato, por
parte de agentes de izquierda, dentro del marco de una estrategia de
insurrección general, pero él y sus
allegados no prestaron atención a dichas advertencias.
Años
después, en el Programa de opinión, “La Hojilla”, conducido por Mario Silva, en
Venezolana de Televisión, hizo pública una investigación sobre el asesinato de
Monseñor Romero y concluyó que el autor fue un comando venezolano, denominado “Centauro”, dl
cual pudo ingresar a El Salvador por el
aeropuerto militar de Ilopango, gracias a la complicidad del Gobierno del
Presidente Duarte y que, bajo su amparo
este comando pudo ingresar y salir luego de realizada la operación. Las
acciones del Monseñor Romero, eran congruentes con la lucha
insurreccional, pero el Golpe del 15 de
octubre de 1979, cambio las necesidades políticas y el distanciamiento del
nuevo Gobierno con las pretensiones insurgentes, ponían a Monseñor Romero en
una posición de disyuntiva e impredecibilidad en el apoyo a los grupos
insurreccionales o al Gobierno Demócrata Cristiano.
Hoy Monseñor
Romero, es venerado por los seguidores de izquierda, como un Santo de la
Teología de la Liberación y su imagen y escritos, son utilizados para sustentar
el Socialismo del Siglo XXI y la lucha anti imperialista y no, de ninguna
manera, los valores Católicos tradicionales. En agosto de 2012 en Caracas, Venezuela,
discutieron sobre espiritualidad y
política, en el “Encuentro Internacional
Sobre la Espiritualidad Liberadora a la Luz de la Teología de la Liberación”.
Les acompañaron 12 delegaciones internacionales: Ecuador, Colombia, Argentina, Guatemala,
Perú, Brasil, Cuba, República Dominicana, España, El Salvador y otros. El presbítero venezolano Numa Molina,
dijo: “cada grupo fue trabajando temas que surgieron del corazón de las
comunidades, como la espiritualidad liberadora de la comunicación frente a una
comunicación opresora que aliena”. Otro objetivo, fue la lectura
teológica del proceso de transformación que vive la Venezuela Bolivariana, así
como los cambios que se operan en las sociedades latinoamericanas y caribeñas.
El presbítero Molina expresó que, las discusiones, también persiguieron descubrir
la relación profunda entre fe y política, aplicada a los procesos
revolucionarios en Latinoamérica y el Caribe.
Hoy, con la
elección Papa Francisco I, percíbese una
nueva lucha de la Teología de la Liberación,
pero esta vez, dentro del seno más íntimo de la Iglesia Católica, como
una infección que progresa, pero que, al final será vencida. Sólo hay que
esperar los efectos políticos de esta lucha, en los países Latinoamericanos.
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