Por
Lic. Fernán Camilo Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN ACCION
Posee poder, la persona que puede forzar un cambio; en
consecuencia, quien tiene poder puede forzar el cambio. No obstante, pretende
afirmarse que un cambio constitucional, no significa poder y, que la constante
violación, al orden jurídico y a la constitucionalidad, no tiene la intención de
forzar un cambio. En igual lógica, actúa Vladimir Putin, cuando afirma que él
no tiene intención de juzgar a los terroristas islámicos, sólo se los envía a
Dios, para que él, los juzgue, mandando por ello, a lo selecto del ejército
ruso.
El vicepresidente Félix Ulloa ha dicho que, un cambio
de constitución, no afirma la posición de poder del Presidente actual, ni le
favorece electoralmente; situación que se ha de analizar, pues la iniciativa
del cambio constitucional, no ha nacido espontáneamente, de las instituciones
cívicas, ni de las fuerzas vivas de la sociedad, y menos aún, de la Asamblea
Legislativa, sino del personal criterio del Presidente, quien así establece su
influencia o poder, lo cual debe tener una razón de ser.
Quienes habían solicitado una reforma constitucional -no
cambio de la misma-, fue el FMLN, quien desde la candidatura de Shafik Handal,
que compitió en elecciones contra Francisco Flores, buscaba reformar la economía
del país, en base a los objetivos de la lucha armada, sin realizar cambio alguno,
sino para llegar primero, a un lento acomodo político al sistema democrático,
dándose las bases dentro del sistema para la transformación económica. Razón
por la cual, los Gobiernos de Funes y Cerén, no forzaron un cambio, como el
pretendido hoy, sino establecieron las bases, para la transformación lenta, que
tenía como freno, el interés nacional y, el mismo sistema basado en la libertad,
sin el cual, la gobernabilidad sería
imposible.
Se propone hoy, un cambio económico y de estructura
política del país, que cambiaría la forma del Gobierno actual, por la
democracia participativa (Chavismo). Este cambio de sistema económico y
político, será para legitimar (poner en armonía la ley – deber ser – con los
hechos – ser- ) y regularizar las actuaciones del presente Gobierno, que son
claramente ilegales y que, han estimulado la corrupción y el engaño.
La retención del FODES o de la deuda política, el pago
a proveedores, las detenciones ilegales en la pandemia, el ocultamiento de
información financiera, son todos actos de fuerza: contrarios a derecho; están basados en la
presunción del Ejecutivo, de que todo empleo de fondos públicos, no autorizado
por la Presidencia, es para corrupción y despilfarro. La violación de derechos,
se justifica por la “necesidad pública”, así la Presidencia, asume las
funciones legislativas, judiciales y ejecutivas, de manera autocrática, mostrando
su poder, el cual debe ser legitimado, para evitar sanciones futuras, siendo
esto, la razón del cambio constitucional.
El derecho surgido para evitar el abuso de poder,
luego de la Guerra Fría, fue la Justicia Transicional, la cual, en sus fines,
fue cumplida, por todos los que participaron o sufrieron el pasado conflicto
armado, pero el ocultar dichos horrores a las generaciones futuras, se las
condena a repetir los errores del pasado, y no reconocen hoy, las acciones de
un dictador.
Por esta razón, los Acuerdos de Paz, deben ser
honrados sirviendo de base, para nuestra convivencia pacífica, sin cambiar la Constitución
en ella pactada, pues nos exponemos a repetir los errores, cometiendo nuevos,
aún mayores.
No pudo evitarse que Saca y Funes, desfalcaran al
Estado, pero evitemos que nuevamente se le desfalque y en forma mayor y que,
por ello, perdamos nuestras libertades y tengamos que tener a futuro, nuevas
luchas, cuyo costo, es imposible estimar, no sólo en dinero, sino en
sufrimiento para el pueblo salvadoreño.
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