Por
Lic.
Fernán Camilo Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN ACCION
Mientras
el Gobierno impone penas de 1090 años, en el exterior se compara nuestra
economía pública con la de Venezuela, aún peor que Haití, a pasos de un inevitable
colapso, mientras el Gobierno gasta 1.5 millones para comprar Bitcoin y, crea
nueva crisis política, al llevar al debate, la reelección Presidencial: conveniente es analizar dicha situación.
La
Constituyente, en 1983, ya debatió sobre la reelección: estableciéronse inicialmente,
dos posiciones antagónicas: Presidencia de cuatro años sin reelección o,
Presidencia de cuatro años con reelección. Este impase fue roto, por la
propuesta de los Doctores Luis Nelson Segovia y Ricardo González Camacho, ambos
de Acción Democrática, quedando la redacción final, como hoy se encuentra en la
Constitución. Se estableció, que quien propusiese la reelección, perdería sus
derechos políticos, o sea la facultad de elegir o ser electo, a un cargo
público.
La
no reelección Presidencial, se funda en la naturaleza republicana del Estado,
pues sin importar la forma, no existiría alternabilidad, en el Ejercicio del
Poder, el Estado correría riesgo de ser manejado como patrimonio de los
Gobernantes. Este concepto, lo vemos con claridad, en la Constitución de 1886,
un pensamiento plasmado claramente por su secretario, el Dr. Máximo Mancía, como
expresión unánime y conteste, del resto de dichos Constituyentes y así tenemos:
Artículo
1.- La Nación salvadoreña es soberana e
independiente, y no podrá ser jamás el patrimonio de ninguna familia ni
persona.
La soberanía es inalienable e imprescriptible y
limitada a lo honesto, justo y conveniente a la sociedad; reside esencialmente
en la universalidad de los salvadoreños y ninguna fracción de pueblos o de
individuos puede atribuírsela.
Artículo 2.- Todo
poder público emana del pueblo. Los funcionarios del Estado son sus delegados y
no tienen más facultades que las que expresamente les da la ley. Por ella
legislan, administran y juzgan, por ella se les debe obediencia y respeto; y
conforme a ella deben dar cuenta de sus funciones.
Estos
conceptos, en la práctica, dejaron de aplicarse pocos años después, durante el
período de la Presidencia de los hermanos Ezeta, pero las arbitrariedades por
ellos cometidas, considerando como su patrimonio El Salvador, manejando la
economía pública como propia y ejerciendo el poder arbitrariamente, generó el
alzamiento de 1894, o la Revolución de los 44, la cual no hubiera podido
prosperar, si no hubiese habido un cansancio social y las condiciones económicas
adversas, en la economía nacional, le favoreciesen.
La
reelección durante la Presidencia del General Maximiliano Hernández Martínez,
provocó el alzamiento del 2 de abril de 1944 y posteriormente, la huelga de brazos
caídos, que finalizó en mayo de 1944, llevándolo a su dimisión. Lo cual,
permitió un reacomodo de las fuerzas políticas y la redacción de la
Constitución de 1950, cuyos principios sociales, se unen a las garantías
individuales y a la estructura del Estado, concebida por la Constituyente de
1886, lo cual, en sus principios generales, aún sigue vigente en la
Constitución de 1984.
El
Salvador, ha vivido los últimos cincuenta años en tensión política: ha habido
desde lucha callejera, hasta un conflicto armado internacionalizado, pasando
por varias crisis económicas, como consecuencia de las políticas públicas, por
lo cual, necesario es que haya una época de paz y prosperidad económica, basada
en los principios republicanos y democráticos, que aseguren que ningún
salvadoreño, tenga necesidad de emigrar buscando oportunidades que en el país,
no le permite la política.
El
Salvador, es patrimonio de todos los salvadoreños y no, de un grupo o familia,
por tal razón, quienes propongan la reelección presidencial, pierden sus
derechos políticos.
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