Por
Lic.
Fernán Camilo Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN ACCION
El dictamen aprobado el 7 de
julio de 2022, por la Comisión de Economía de la Asamblea Legislativa, recomendando
la prohibición de la recuperación de moras, en los sectores inmobiliarios, vuelve
a los sectores financiero, construcción habitacional y lotificaciones, los
primeros sacrificados, en aras del populismo del Gobierno. Pasado el impacto
propagandístico inicial del Régimen de Excepción, a la alteración de la libre contratación
y, poniendo en riesgo, el sistema financiero, sacrificando en el mediano plazo,
a todos los cuenta ahorrantes.
El descenso en la economía
mundial, es agravado en El Salvador, por las medidas que toma el Gobierno, para
ganar popularidad. El excesivo confinamiento durante el 2020, detuvo el aparato
económico nacional, pero permitió experimentar con el asistencialismo, a costa
del particular: la suspensión de los alquileres, por los meses de la pandemia,
calculando que el número de afectados, sería menor al número de personas que
verían con agrado, no pagar sus alquileres, especialmente si estos eran de
locales comerciales, afectados por el cierre obligatorio. A la larga, dichos
cierres, no evitaron que El Salvador sufriera todas las consecuencias de la
pandemia y, la economía como sistema, sufriera más de lo necesario con respecto
a lo que han sufrido otros países.
La importación de alimentos y
el subsidio generalizado de los combustibles, no sólo ha agotado la economía
pública, limitando la capacidad de subsidiariedad del Estado, sino que ha creado
un desincentivo a la producción nacional, en un momento, en que el
autoabastecimiento de alimentos, es de Seguridad Nacional. De concretarse tal
recomendación de la Comisión de Economía, se crearía un estímulo al
incumplimiento de obligaciones mercantiles, sufriendo con ello, las lotificadoras,
constructoras y bancos, lo que haría sufrir a todo el sistema financiero, por
lo interrelacionado que éste se encuentra.
En aplicación de la legislación
financiera, cada banco del sistema, tendrá que elevar su riesgo crediticio a
sectores específicos, lo cual constreñirá aún más, el crédito para el
particular, por lo que, al encarecer sus operaciones, tendrá que colocar más dinero
en manos del Estado, para buscar el equilibrio que debe existir, entre
depósitos y préstamos.
El Gobierno ya no tiene
capacidad de pago y, fuerza al sistema financiero para satisfacer sus
necesidades económicas. No recibiendo del extranjero, dicho financiamiento, ha
bajado el encaje legal del 20.3% (antes de la pandemia) al 8.6% (en la
actualidad) a fin de crear más liquidez, en el sistema, para poder satisfacer
su necesidad de dinero, garantizándolos con CETES y LETES.
Una maniobra política tan
compleja, le permite ganar popularidad, para garantizar la ausencia de
protestas, ante una posible reelección, pero sacrificando el sistema financiero
y el principio de la libre contratación, lo cual tendrá consecuencias negativas,
para el país.
El Salvador, con una deuda
pública de $24,617 millones equivalente al 85.6% del PIB (2021), creciendo la
deuda a un promedio de $89.1 millones al mes, sólo puede ser sostenido por un
canibalismo en su economía, lo cual está haciendo el Gobierno.
Si el presente Gobierno,
pretende pagar la deuda interna y externa, tiene que conseguir un financiamiento
externo de alguna clase y fuera del sistema del FMI, lo que sería aún mas
lesivo para el país, pues podría significar, no sólo pagos leoninos, sino
compromisos sobre la soberanía nacional.
Débese tener claro, que las
acciones del Ejecutivo, no van tendientes al sostenimiento del país, sino a los
negocios personales de quienes ejercen dictatorialmente el poder y que, todo
aquel que ha negociado en algún momento con él, ha salido, a la larga, traicionado.
Ahora, los sacrificados serán el sistema financiero y luego, quienes han hecho
uso de él.
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