Por
Lic. Fernán
Camilo Álvarez Consuegra
San Salvador, 7
de abril de 2014.
Los diferentes
conflictos ideológicos y prácticos que pueden suscitarse entre la actividad
privada y el ordenamiento del Gobierno,
giran en derredor del concepto de “autoridad” y “poder”, sin importar la
magnitud ni la naturaleza del conflicto. Siempre existirán los conflictos y serán
normales, como expresión de las existentes
fuerzas vivas. Sin embargo, si el resultante de la acción de estas dos
fuerzas, destruye más de lo que construye, las fuerzas se vuelven perjudiciales
y van en detrimento del progreso social, que estas dos fuerzas, pretenden
desarrollar.
La palabra
“autoridad”, derivada del latín, “autoritas”, implica la importancia e
influencia de que gozan en reconocimiento general varias personas o un
individuo, en un sistema de opiniones. Dejaremos por hoy, de lado, la “autoridad
moral” y, nos centraremos en la “autoridad social directa”, que da forma al
grupo social; o sea, al cuerpo mismo de
una sociedad. Consideremos que existe la capacidad de crear un grupo social,
asegurando su cohesión y su capacidad de hacerlo funcionar, según sea el fin para el cual ha sido creado. En
este sentido, todas las organizaciones dentro del Estado, como gremios,
sindicatos, ONG´ s, empresas privadas, partidos políticos o personas
individuales, poseen cierto grado de autoridad, dentro del conglomerado social.
En términos
prácticos, la autoridad es un hecho: es la capacidad de la personalidad de
irradiar influencia, de crear cohesión social y obediencia; pero, el tejido social es también un hecho real y,
de éste, surge el Derecho. De este
tejido social, nace el poder legítimo: El poder que en un sentido más amplio, permite realizar actos y regir conductas, de
naturaleza coercitiva y, por eso, en
casos especiales, ejercer la coacción.
Mientras que la
autoridad es de naturaleza “espiritual” o de aceptación voluntaria general, el “poder”
evoca una realidad material, por lo que, en la sociedad, no pueden estar
divorciadas y menos aún, ser antagónicas, pues en tal caso se daría a la ingobernabilidad de un Estado con muy
nefastas consecuencias para la sociedad misma.
El socialismo en
su persistente visión de lucha de clases, ve un peligro constante en todo
gremio, asociación o institución, que están en pugna constante por lograr el
dominio dentro de la sociedad: no considera los objetivos que toda agrupación
persigue. Del toda errónea es esta manera de apreciar las relaciones de las
agrupaciones sociales, pues el tejido social es, en realidad, uno, que ofrece
algunas características diferentes o roles y pretensiones dentro de los grupos
particulares, pero que no afectan el objetivo general. Con esta visión, el
socialismo comente su primer gran error: creer que el poder del Estado,
obtenido gracias al voto ciudadano es diferente del que expresa, socialmente,
en sus relaciones con las agrupaciones y que, por ser poder coercitivo del
Estado, las asociaciones están sometidas al imperio del Estado.
El segundo error
del socialismo es calificar de política partidaria, la actividad de cada
gremio, sindicato o asociación, siendo que esa actividad es política sí, pero
en su sentido más amplio: conseguir fines específicos; el apoyo político
partidario en el sentido de lo congruente con dichos fines particulares de cada
entidad. Conforme con esta visión socialista, sería de esperar que la empresa
privada se volviese enemiga del Gobierno. Esto no puede ser, pues, para existir la empresa privada, tiene que
desenvolverse dentro del Estado y no, fuera de él, como sí lo hacen los grupos
delincuenciales, que por naturaleza son opuestos al Estado y no obedecen sus
reglas.
El Derecho tiene
por objeto subordinar el poder a la autoridad, es decir, permitir al espíritu
social, gobernar los mecanismos del Estado. Hay una física social que es el
conjunto de las leyes naturales que rigen la sociedad, pero hay también, una psiquis
social que es la ley espiritual que se impone a esas leyes naturales en la
sociedad y son aquellas derivadas de la moral y el buen vivir. Resumiendo, tanto en la sociedad como en el individuo, hay
necesidad y libertad, materia y espíritu, lo físico y lo psíquico, cuerpo y
alma, lo mecánico y lo vivo, pesadez y agilidad, poder y autoridad. El
socialismo invierte esas relaciones, supeditando al poder del Estado, la
moralidad social (ser de la sociedad).
Lo cual, desde el punto de vista, formalmente jurídico, es correcto, pero sin su objetivo social o
moral, rompe la espina dorsal de la sociedad, pues el gobernante del Estado, no
puede presumir e imponer la moralidad social, cuando ésta nace de la sociedad
misma.
Por las razones
así expuestas, el poder del Gobierno, no debe agredir el ser moral (espíritu de la sociedad)
expresado en las fuerzas vivas de la sociedad, las que se reconocen por su “autoridad”.
En lo económico, la empresa privada representa ese ser moral de la sociedad y
el Gobierno, obligado está a llegar a un
entendimiento con ella, no por sumisión del uno a la otra, sino porque su
entendimiento es en beneficio del país y, en consecuencia debe de hacerse por
difícil que parezca. En consecuencia es para bien del Estado el buscar toda
condición que favorezca dicho entendimiento y no serán sucedáneos de la empresa
privada para llenar los requisitos formales y de apariencia de gobernabilidad
por parte del Estado.
Debe guardarse
el Estado de toda medida o disposición gubernamental que sea proclive al
perjuicio, destrucción o extinción de la empresa privada. Deberá guardarse, el
Estado de declarar medidas en favor de una empresa estatal o partidaria, con la
intención de suplantar la verdadera empresa privada.
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