Por
Lic. Fernán Camilo Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN ACCIÓN http://publicacionaccion.blogspot.com
San Salvador, 13 de noviembre de 2014.
En
la guerra revolucionaria, los jesuitas jugaron, el papel de estrategas y
perecieron en la vorágine del conflicto atizado por ellos, y, es que todo el que juega con fuego, quemarse
puede.
La conferencia que
impartirá Almudena Bernabéu en la UCA,
el viernes catorce de los corrientes, en relación a la muerte de los Jesuitas,
obliga a reflexión jurídica previa, sobre los hechos del 16 de noviembre de
1986, de conformidad a la protección que da el Derecho Internacional Humanitario.
En los últimos días, se
han dado a luz, diferentes estudios sobre la participación Jesuita en la
política salvadoreña, desde el Golpe de Estado del 15 de octubre de 1979: como
actores intelectuales, gestores y coadyuvantes de la insurgencia en El
Salvador, y basados en testimonios de quienes participaron en la Izquierda;
participación que les colocó en un plano
diferente al espíritu que pretende proteger el Derecho Internacional
Humanitario, y además, si sus acciones de 1979,
quedaron legitimadas en virtud de la promulgación de la Constitución de
1983, no fue así con respecto a sus acciones de los años futuros.
Es verdad que todo ciudadano goza el Derecho de
participar activamente en la política, pero no posee el Derecho de realizar la
apología de la violencia, en aras de la necesidad de la paz, pues esta sólo se
logra dentro del sistema establecido o de su cambio político por los medios democráticamente aceptados.
Los sacerdotes Jesuitas
vivieron una lucha religiosa – ideológica que les introdujo en el campo mismo
de las acciones, dentro de la Ofensiva “Hasta el Tope”, haciéndolos partícipes
o, más bien, corresponsables en las acciones de guerra del FMLN. La lucha de la
Teología de la Liberación, por el control de la bases del catolicismo, les
llevó a una convivencia con las acciones revolucionarias latinoamericanas, que crearon una división dentro de las
estructuras eclesiásticas, y que fue tan
grave, hasta el punto de que el Papa Juan Pablo II, considerara el envío de un
Obispo con plenos poderes, para buscar la unificación de la Iglesia en El
Salvador.
Las consecuencias de una
lucha religiosa, si ésta pierde su naturaleza académica, deriva en acciones
políticas prácticas, que para el caso, derivaron en acciones conjuntas con la Izquierda,
proceso que no fue exclusivo de El Salvador, ni tampoco de América Latina. En
este estado de cosas, los sacerdotes Jesuitas, se volvieron analistas y
estrategas del conflicto armado en El Salvador, situándose dentro del bando de
la insurgencia izquierdista.
Los análisis políticos
de los sacerdotes Jesuitas de la UCA, influidos por las tesis de la doctrina
marxista, les indujo a grandes errores:
el primero, fue creer que la sociedad salvadoreña estaba segmentada en clases y
que cada una de ellas respondería a las exigencias “de la clase” durante la
ofensiva, siendo que la sociedad salvadoreña es una sola y responde a su
necesidad de paz, trabajo y estabilidad jurídica, pero que sin su fuerza sea ejercida por la violencia.
El segundo gran error
fue creer que la autoridad, manada de su “intelectualidad” Jesuita, sería
suficiente para inclinar las convicciones de los mandos políticos y militares
del país, a aceptar una rendición “por su razón”, a un despiadado enemigo, sin
atender a la delegación de la autoridad ciudadana y a la responsabilidad del mando.
El tercer gran error
fue de naturaleza personal: creerse inmunes a las acciones de guerra de las
partes en conflicto, pues la superioridad intelectual Jesuita, les situaba por
encima de los mismos, olvidando peligrosamente, que la intelectualidad, no es exclusiva de un
grupo, ni de una casta y que, sólo sirve cuando está al servicio de Dios y no,
del hombre. Olvidándose al involucrarse en la política, que la misión a que están
destinados los sacerdotes es a inculcar en el alma humana la fe y el servicio a
Dios y no, crear la visión de que la misión de Cristo fue exclusivamente
terrenal.
Las órdenes de la
insurgencia fueron claras: asesinar dentro de la vorágine de la ofensiva a la cúpula
política del país; más, dado el gran número de personas a asesinar y, la
deficiente Inteligencia de la insurgencia para ubicar los blancos, fueron destruidas la casa de Cristiani, y la
del Presidente de la Asamblea etc., en definitiva, éste plan falló; sin embargo,
citaré como ejemplo, el que Radio Venceremos dio por muerto al Vice Canciller,
sobre quien había recaído la coordinación de las acciones de nuestro servicio
exterior en ese momento, pero por un azar del destino, la casa donde éste se
ubicaba, con su personal de Cancillería, no fue asaltada, pero sí fueron
destruidas todas las de su rededor, y sus ocupantes asesinados: ¿destino o mala
información?, nunca lo sabremos. Al ser los sacerdotes Jesuitas, colaboradores
de la insurgencia, fueron también corresponsables de todas esas muertes. Una
corresponsabilidad derivada de la “aceptabilidad” de las acciones. La misma
responsabilidad que se atribuyó a los “Doctores”,
en el Juicio de Núremberg (Abogados que justificaron el Nazismo)
La última consideración,
muy oportuna, es que la muerte de los sacerdotes Jesuitas no es más lamentable
que la de un soldado o un miembro de masas, caído en el combate, pues atribuir
calidad especial a un hombre político, es negar la igualdad, naturaleza y valía
humana dentro de un conflicto armado. Los sacerdotes Jesuitas fueron abrazados
por la vorágine de violencia creada y justificada por ellos mismos. Fueron
insurgentes y cayeron, al igual que otros muchos.
Lo unico seguro es que el diletante aqui con plena seguridad nunca leyo una letra de los estudios sociales y politicos de los jesuitas. Esta nota nos da la idea de como hubieran redactado la historia los nazis, de haber ganado la 2° WW.
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