Por
Lic. Fernán Camilo
Álvarez Consuegra
San Salvador, 15 de junio de 2014.
Socialmente alarmantes
son las noticias de que, en estos últimos meses, han ingresado ilegalmente a
los Estados Unidos 47,000 niños, creando en dicho país, una alarmante crisis
humanitaria. Esta crisis es campanada que debería resonar en la conciencia de
los políticos de la mayor parte de los países latinoamericanos y en la política
de los países cooperantes.
Estimase que 800 niños
salvadoreños están detenidos y que, de ellos, serán muy pronto deportados más
de 300. La primera impresión es la de culpar a los padres por su irresponsabilidad;
más, luego se comprende que el problema es mayor, es social, es político: es
imperiosa la necesidad de buscar la supervivencia, huyendo de una región de la
cual han desaparecido las condiciones necesarias para la vida humana.
La situación social, expresada
en números y estudios poblacionales, no refleja la crisis social en su
verdadera y cruel dimensión. El trabajo resulta difícil y estéril porque los
narcotraficantes acosan y las pandillas, extorsionan: los niños pierden a sus
padres y los padres o ven muertos a sus hijos adolescentes o secuestrados por
las pandillas. Los políticos pretenden
resolver estos problemas sociales, con medidas populistas que a ellos, les da
pie para vivir lujosamente pero que no resuelve el problema social: la falta de
condiciones para una vida de paz, de trabajo y de progreso. Las declaraciones
actuales en Bolivia del G-77+China, por más que aseguren un desarrollo para el
área latinoamericana, agravará los problemas ya existentes, pues no es como lo
afirman “la concentración de la riqueza” el origen del mal, sino la
ideologización de los problemas y la soluciones lo que agrava la situación. Los
padres, ciudadanos comunes, se encuentran ajenos a estos debates, pero no así a
los efectos locales de los mismos, y lo único que perciben son las condiciones
negativas para la vida presente y futura en sus países.
En Guatemala y en
México se han creado pequeños narco-Estados que bregan afanosamente, por sobre
los Estados nacionales; allí, la población se arma para preservar su vida y no,
para lograr un bienestar. En El Salvador y en Honduras gobiernan las pandillas:
su voluntad y palabra es ley y el Gobierno (por lo menos aquí en El Salvador)
acata sus condiciones: oponerse, se paga con la muerte. Se vive en Colombia
bajo la amenaza de un triunfo de la Izquierda, consecuencia de los Acuerdos de
Paz que se están gestando. En Venezuela, ya la lucha no es por política, es por
el espectro del hambre que es el arma del Gobierno para sostener su poner. Las
economías de Nicaragua, Costa Rica y Panamá son muy pobres, se limitan a
producir el diario sustento para la familia pero sin la perspectiva de un
futuro mejor.
La emigración latinoamericana
hacia los Estados Unidos ha sido una constante desde los albores de la Segunda
Guerra Mundial. La profundización de las crisis latinoamericanas y las
diferentes prerrogativas migratorias en los Estados Unidos, han hecho de este
país, el último refugio para los ciudadanos de Latinoamérica; más, en los
albores de una nueva reforma migratoria y, la agudización de la crisis en Latinoamérica
pretende cortar el inmigrante con aquella parte del continente de la cual es
originario.
Las crisis migratorias
de menores, son expresión de los más profundos temores de los seres humanos: la
pérdida de sus hijos. El profundo sentimiento de amor a su descendencia puede
contemplarse en hechos conmovedores de la historia: al triunfo de los
Nacionales en la Guerra Civil española, los Republicanos enviaron a la Unión
Soviética 20,000 niños. Previo el Holocausto, se hizo posible la emigración de
niños judíos. El plan “Pedro Pan”, llevó a los Estados Unidos 14,000 niños
cubanos.
No es posible predecir
los sucesos futuros en Latinoamérica más, sí está claro que los populismos de
Nicaragua, Venezuela y El Salvador, no son eficaz política para satisfacer las expectativas
de bienestar en estos países. La profundización de las reformas sociales que se
propone, afectarán negativamente a la sociedad, profundizando sus problemas. El
narcotráfico y las pandillas se han enseñoreado de los Estados en los que
actúan y así, las teorías sobre reeducación y leyes en favor de los niños y
adolescentes, respaldadas por la “responsabilidad social empresarial guiada por
el Estado”, resultan ineficaces: son bacías y absurdas: solo contribuyen a la
delincuencia organizada.
El latinoamericano ve
su futuro incierto y así vislumbra en los Estados Unidos, una tabla de
salvación, mientras sus Gobiernos ven en los Estados Unidos un enemigo a
combatir e instan a prepararse para una “resistencia
militar e ideológica”. Sin embargo, los pueblos perciben que los Estados Unidos
es una tabla de salvación y temen que dicha tabla perezca por sus propios
problemas. La incertidumbre es presa de las poblaciones que ven en los peligros
que enfrenten los Estados Unidos un obstáculo a su esfuerzo para el porvenir,
un porvenir que no será dilucidado en esta generación.
Los salvadoreños
estamos obligados, por supervivencia, a reflexionar muy seriamente sobre el
problema de nuestros niños y encontrar los medios para obligar al Gobierno a
realizar medidas, no populistas sino muy serias y realistas para garantizar la
vida y la educación de la generación futura.
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