Por Lic. Fernán
Camilo Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN ACCIÓN
San Salvador, 14 de octubre de 2012
Luego de apreciar el triunfo del
Chavismo en Venezuela, es bueno y conveniente reflexionar sobre las razones de
triunfo y los efectos que ya se están vislumbrando en la política nacional.
Llamo triunfo del Chavismo, al
hecho claramente manifestado de que no ha sido el triunfo de sólo un líder,
sino de una ideología enraizada muy hondamente, en el espíritu venezolano y,
que está, ya dando sus frutos. El perfil del Socialismo del Siglo XXI, ha
llegado a la madurez necesaria para poder analizarla, a la luz de las teorías
políticas del Estado. Este perfil, ha resultado exitoso para las masas en
Ecuador, Bolivia, Nicaragua y en algunas islas de las Antillas Menores. Ahora ya
se perfila en nuestro país, como una estructura
claramente gubernamental, aún antes de las elecciones del 2014.
El Socialismo del Siglo XXI, no concibe
a la población como elemento integrante del Estado, a la cual éste, debe
protección y auxilio, y cuya vida debe ser reglada en razón del bien común, con
excepción, de aquellas esferas protegidas por las garantías individuales. Por
el contrario, la diferencia consiste en
que en el Socialismo del Siglo XXI, un segmento de la población se vuelve
directamente parte del Estado, tanto en su relación política como en su
relación económica; y la otra parte, la que produce los ingresos del Estado,
sin que su participación política sea admitida, por lo cual se vuelve un Estado
dividido en dos grandes clases sociales: la población que vive del Estado y la
que alimenta a éste.
Es evidente que, la mayoría de la
población venezolana, ha aprobado el sistema político del Socialismo del Siglo
XXI, pero que ha sido rechazado por el importante sector de aquellos que no
viven a costa del Estado. Esta disidencia, hace que, en la práctica, los fines
del Estado – desarrollo interno e individual – no se cumplan. Por otra parte,
los recursos del Estado, no serán nunca suficientes para sostener indefinidamente
este modelo político. Agotados los recursos propios, el sistema deberá recurrir
a los recursos de sus países satélites, los cuales únicamente prolongaran
artificialmente la vida de este modelo; el cual se desplomará en algún momento,
tal como lo hicieron en Europa, los
países del Este.
El Socialismo del Siglo XXI,
considera que el papel del Estado, en su rol internacional, debe de girar en
sentido contrario a los polos económicos mundiales: Estados Unidos, Europa y
Japón, pues sus objetivos son los Estados periféricos: África, países árabes, China
y Latinoamérica, dado que el beneficio económico esperado y deseado, no proviene
del comercio directo, sino de la explotación de las coyunturas políticas
mundiales.
Dos de las características generalizadas
de este sistema, son el fomento de la corrupción y la eliminación de los incentivos
naturales para la inversión nacional e internacional, por considerarlas nocivas
a sus intereses de control estatal, permitiendo sólo a aquellas que se someten
al régimen político y que admiten a la alta dirigencia del Gobierno, como socio
industrial.
El sistema de corromper a la
oposición, ofreciendo dinero o prebendas, destruye el sistema de pesos y
contrapesos del Estado. Y en aquellos casos en que éste método no funciona,
amenaza con sacar a sus bases a la calle, para provocar la destrucción de la
propiedad privada opositora y disminuir la actividad económica nacional.
Sobre la política salvadoreña, se
siente ya la influencia amenazadora del sistema político del Socialismo del
Siglo XXI. La excesiva ayuda populista que el Estado esta otorgando, provoca una división de la sociedad: por una
parte, los que producen, que son los menos y por la otra, los que viven de esta
producción, sin esfuerzo alguno, y que son los más. Y en razón de que el Estado
ya es incapaz de sostener este sistema, para obtener la aprobación a su
posibilidad, se ha dado la compra de voluntades y votos. El Gobierno, con
sucesivas acciones políticas ha logrado el control de los órganos supremos del
Estado y, para lograrlo, amenazó a la oposición con manifestaciones cuyo único
objeto sería la destrucción de la propiedad privada. Por esta razón, la
oposición política, cedió la Corte
Suprema de Justicia, en contra de la opinión de los más connotados
juristas de La República y de la manifiesta opinión contraria de la ciudadanía.
Todo esto obliga a que los
salvadoreños que creen en el sistema de libertades y del orden republicano, democrático y
representativo, consagrados en la Constitución Política de El Salvador, ya no
confíen en la oposición política formal y, que para la defensa de estos principios,
la sociedad salvadoreña, debe organizarse en agrupaciones cívicas que no sean
susceptibles a la corrupción ni a las presiones que el sistema somete a la
oposición formal.
Estas agrupaciones cívicas, deben
convertirse en apoyo ciudadano de la oposición formal y, a su vez, deben también, ser el ente contralor del mismo; de lo contrario,
la mayoría de los salvadoreños se convertirían en siervos del Estado, siendo su
única misión, producir para alimentar el total aparato del
Estado, que vela por todos los que les son adictos.
Los efectos del Socialismo del
Siglo XXI, no se limitarán a alimentar a una estructura estatal nacional,
sino, que corremos el riesgo, al formar parte del grupo ALBA,
que nuestras Fuerzas Armadas pasen a formar parte de la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de América y nuestra doctrina militar sea dictada por la
Escuela de Defensa y Soberanía de los países del ALBA, en Santa Cruz de la
Sierra, Bolivia, como ya lo hacen: Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Antigua
y Barbuda y Ecuador.
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