Por
Lic.
Fernán Camilo Álvarez Consuegra
Editor de PUBLICACIÓN ACCION
Por
efectos del fin de la Primera Guerra Mundial (1918), ha habido sucesos que, aún
hoy, en el siglo XXI, continúan siendo influyentes. La caída del Kaiser
Guillermo II en Alemania, fue el detonante del Nazismo y el principio de la
Segunda Guerra Mundial; el tren secreto que trasladó a Rusia a Lenin, preparo
la Guerra Fría y, consolidó el nacionalismo ruso, que hoy reclama a Ucrania,
como suya. Está creándose una nueva unidad europea que, junto a Estados Unidos,
constituirá el centro de un sistema democrático globalista, reducido a sus
áreas de influencia, con conexión hacia Oriente, por medio de la economía China:
si ésta nación, no se convierte, por rencor, en el nuevo enemigo de Occidente, debido
a la apertura forzada al comercio Europeo, nacionalismo y exigencia
geoestratégicas, que le obliga al dominio del Pacífico.
Al
impulso de esas corrientes geopolíticas mundiales, la política centroamericana
se mueve, sufriendo diferentes influencias, que son utilizadas en la lucha de
poder interno, sin que pueda preverse sus desenlaces, que casi siempre, son
nefastos para el ciudadano común.
El
General Alexesei Kuropatquin (Ministro de Guerra de Rusia entre 1898-1904),
estableció las prioridades geopolíticas de su país, conforme al nacionalismo
imperial. Esos mismos principios, llevaron en la época soviética, a la invasión
de Afganistán y antes, a mantener por la fuerza, bajo la órbita soviética, a
diferentes naciones europeas, que hoy, forman parte de la Unión Europea y la
OTAN.
La
invasión de Ucrania, es la repetición fallida, de la invasión soviética a
Hungría, en 1956. Ahora, Ucrania separada de Rusia, sigue un destino
independiente. El nacionalismo ruso, exige su ocupación para tenerlo en la
esfera de la Federación Rusa, como antes lo fue, como parte de la Unión Soviética
y antes, parte del imperio Zarista.
Al
caer la Unión Soviética, Occidente cree que los conflictos habían cesado y que comenzaría
un período de paz globalizado; no fue así, los nacionalismos con las
necesidades geopolíticas, cuando son dominados por el autoritarismo, crean
nuevos conflictos. Así hemos observado en los Balcanes, Siria, Irak, Afganistán,
Chechenia, etc.
Si
ahora Occidente, no pone fin al expansionismo ruso en suelo ucraniano, sería
igual al pacto de Múnich de 1938, cuando se accedió a que Hitler anexara a los
Sudetes, para mantener la paz en Europa, pero dicha acción, sólo estímulo al
uso de la fuerza, para la anexión de nuevos territorios y, 13 meses después,
por la invasión alemana a Polonia, estalla la Segunda Guerra Mundial, cuando
los Aliados aún no estaban preparados para esa guerra.
El
debilitamiento de Rusia en Ucrania, garantiza que la guerra no llegue a Europa,
aunque sus efectos económicos, estén iniciando caos en algunos países y presionando
a sus gobiernos. Es preferible una baja en la economía y, el colapso de algunos
sectores, a la destrucción de sus estructuras productivas, causada por una
guerra en suelo patrio. La recuperación de Europa en la post guerra, fue
gracias a la ayuda externa del Plan Marchal, ahora, si no sufren devastación
por guerra, su reconstrucción y adaptación a un mundo más reducido, puede ser
logrado por la Unión Europea, con relativa facilidad y autosuficiencia.
El
fantasma de un conflicto nuclear, siempre existirá mientras la doctrina militar
rusa vigente ahora, sea la misma y el Gobierno insista en una expansión geopolítica,
por vía de las armas.
El
Salvador, por no condenar en las Naciones Unidas, la anexión de territorios ucranianos
a Rusia, da de hecho, su apoyo a Rusia y seguimos, un nuevo derrotero
geopolítico favorable a Rusia en su expansión y, a China continental, en su amenaza
sobre Taiwán.
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